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De las fábricas a los tribunales: El cambio de velocidad en los asuntos europeos

Europa, antaño centro neurálgico de la industria automovilística, se encuentra ahora a la zaga de los Estados Unidos y de una ascendente China, que se ha convertido en el primer exportador mundial de automóviles. Este cambio de paradigma amenaza con desbancar a la industria automovilística europea no sólo a escala mundial, sino también dentro de sus propias fronteras. Las mayores ramificaciones se ciernen sobre la República Checa y Eslovaquia, cuya prodigiosa producción de automóviles per cápita les ha valido el apodo del Detroit europeo. Allí, el sector del automóvil concentra la mitad de las exportaciones y la producción industrial del país. El Pravda diario de Bratislava, en referencia a análisis de Bloomberg y Pensador eslovaco Globsecunderscores un pronóstico aleccionador: la transformación en curso de la industria podría erosionar hasta 85.000 puestos de trabajo – un asombroso 4,5 por ciento del mercado laboral. 

Globsec.

A pesar de que los fabricantes locales apuestan por que la producción eslovaca se adapte a la perfección a los vehículos eléctricos de última generación, la drástica reducción de la complejidad (de aproximadamente 200 piezas móviles en los vehículos convencionales a sólo 20 en sus homólogos eléctricos) supone un cambio radical. La simplificación supone la obsolescencia de las intrincadas redes de pequeños proveedores que antes formaban parte integral de la cadena de producción y se especializaban en componentes ahora redundantes como escapes, inyectores y cajas de cambios. El comentario de Pravda cristaliza un sentimiento que resuena entre los escépticos de la industria: la carrera hacia la electrificación se está acelerando demasiado como para que el sector tradicional del automóvil se ponga al día, dejando una industria heredada -y los medios de vida ligados a ella- potencialmente varada en la transición.

En un contemplativo artículo para el periódico praguense Lidové noviny, el economista checo Lukáš Kovanda conjura el espectro de Detroit -ciudad que se erige en sombrío testamento del colapso industrial y la ruina económica- para hacer sonar la alarma en la República Checa y Eslovaquia. Kovanda sostiene que estos países, piezas fundamentales del motor automovilístico europeo, podrían seguir un camino similar, marcado por la devastación económica y el aumento del desempleo. En medio de esta narrativa cautelosa, Kovanda identifica un déficit crítico: el fracaso checo y eslovaco a la hora de atraer inversores para la producción de baterías, un sector en el que van a la zaga de sus compatriotas de Visegrád, Hungría y Polonia, que juntos cuentan con un total inminente de doce instalaciones de baterías. Parte de la culpa la tiene lo que él considera un impulso excesivo de la Unión Europea a la electromovilidad. Este cambio, «impulsado por la Agenda Verde de la UE y el Green Deal», se aplica, en su opinión, de forma prematura y perjudica sin querer a los fabricantes continentales frente a sus rivales extraeuropeos, sobre todo chinos. Los fabricantes de la UE están sujetos a estrictas normas medioambientales que sus homólogos chinos cumplen con mayor libertad. En el retablo competitivo de la industria automovilística mundial, los fabricantes europeos de componentes expresan una cruda verdad económica: los costes a los que se enfrentan por el mero hecho de adquirir materiales eclipsan el precio al que las empresas chinas ofrecen el producto acabado al mercado.

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En la carrera hacia la prominencia de los vehículos eléctricos, también otro importante productor de automóviles – Italia – se encuentra rezagado, con una de las tasas de adopción más lánguidas del continente – sólo un 3% de los coches vendidos en los diez primeros meses del año anterior fueron eléctricos, lo que supone un claro en contraste con la media del 16% de Europa Occidental. Esta lentitud se atribuye, en parte, a una infraestructura de recarga deficiente más allá de la expansión urbana.

Roma La Repubblica ha arrojado luz sobre la estrategia del gobierno italiano para sortear este déficit eléctrico: infundir nueva vida al venerable parque automovilístico italiano, democratizar la propiedad de vehículos entre las filas de los menos privilegiados y avivar las ventas de coches eléctricos que lleven el codiciado sello «Made in Italy».

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