En busca de una nueva estrategia para asegurar el futuro de la sierra de la Culebra
Este artículo forma parte de una serie de tres artículos extraídos del proyecto multimedia más amplio de El Diario sobre megaincendios en Europa, elaborado por Mariangela Paone, Raúl Rejón, Sofía Pérez y Raúl Sánchez. Introducción | Parte I | Parte II | Parte III
Sierra de la Culebra (Zamora)
Cuando se llega a lo alto de Peña Mira, se pisa la cumbre de unas montañas viejas con unos 300 millones de años. Desde allí se otea casi toda la sierra de la Culebra, en Zamora. Al norte, están los bosques. Al sur se abren grandes extensiones de monte sin apenas árboles. A ojo de prismático se distingue un trajín de máquinas y camiones transportando troncos negros. En 2022, 34.000 de sus 70.000 ha acabaron carbonizadas en dos devastadores incendios forestales. Fallecieron cuatro personas.
Fueron dos siniestros separados por apenas un mes provocados por rayos y empujados a gran velocidad por las condiciones meteorológicas secas y calurosísimas, hijas del cambio climático. Los datos oficiales dicen que, en algunos momentos, las llamas avanzaban a 18 metros por segundo, es decir casi 65 km/h. La franja de pinares que discurría entre las localidades de Tábara y Mahíde ardió casi por completo. Es una línea de 30 kilómetros de árboles calcinados.
“Veremos otros incendios en la vida, pero como ese no creo”, reflexiona Eduardo, vecino de Boya un pueblo de apenas 56 habitantes que pertenece al propio Mahíde. Sus castañares, famosos en la comarca, fueron pasto de las llamas aquel año. “Ahora no hay ni setas ni castañas”.
Por desgracia, la visión de Eduardo –que fue evacuado durante el fuego y ahora cría algunas ovejas autóctonas que pudieron soltar para salvarlas– no parece una predicción acertada. La previsión es que incendios enormes, devastadores e incontrolables van a repetirse más a menudo debido al calentamiento global.
“Se va a repetir, lo tenemos claro porque no vemos que se estén tomando acciones decididas y adecuadas”, vaticina Lucas Ferrero, vecino de Villanueva de Valrojo y presidente de la asociación La Culebra no se calla. “Nosotros tenemos nuestra voz, pero otra cosa es que nos hagan algo de caso”, se queja. “Volveremos a tener un incendio como este, pero en lugar de dentro de 30 años, en 15”.
Ferrero se refiere, entre otras cosas a que, “al final sí que están repoblando con pinos y nos terminaron por decir que de las especies autóctonas van a dejar que salgan de manera natural. Y yo creo que lo suyo sería empezar por no destrozar con la maquinaria”.
El asunto de volver a los pinares o intentar retapizar la Culebra con variedades diferentes menos vulnerables está revoloteando desde que se extinguieron las llamas. La organización Ecologistas en Acción emitió un comunicado de rechazo al conocerse que la Junta de Castilla y León consideraba aceptable recurrir a reforestaciones de pinos porque había registros de polen de estas especies de hace 10.000 años y, por lo tanto, serían autóctonos. “Son pirófitos” y eso, alegaban los ecologistas, empeora la propagación.
Lo cierto es que los grandes pinares de la Culebra –que se quemaron en 2022– fueron fruto de repoblaciones iniciadas en la década de los 40 del siglo XX para intentar frenar la erosión galopante de un territorio sin árboles. Antes de eso se había gestado, durante siglos, un arboricidio en toda regla que se llevó especialmente la especie más adaptada a las condiciones climáticas de esta parte de la península ibérica: los robles melojos.
“Parece que no aprendemos nada, sobre todo a nivel de administraciones. Nosotros, la ciudadanía, creo que sí, pero, de verdad, a veces te dan ganas de tirar todo a la basura”, remata Ferrero.
A inicios de abril, casi dos años después de aquellos siniestros, la sierra de la Culebra ha recibido unas lluvias de récord tras meses y meses de sequía y temperaturas fuera de lo común. Así que en muchas partes de esta tierra abrasada ha brotado la hierba allí donde antes había árboles. “Como se pone verde parece que se olvida la gravedad de lo que ha sucedido”, cuenta Javier Talegón, biólogo y un auténtico guía de la sierra de la Culebra en la que trabaja desde hace décadas.
“La primera lección que deberíamos sacar después de una destrucción tan grande es, antes de hacer nada, preguntarnos: ¿qué queremos? ¿Queremos que la sierra sea una tierra de producción de madera y combustible o queremos que sea un espacio de ecosistemas funcionales y resilientes ante el cambio climático? Porque esos hábitats precisan heterogeneidad y, antes de los incendios, hasta un 30% de la superficie de La Culebra eran esos pinares uniformes”, dice Talegón.
Los “monocultivos” de estas coníferas, realizados hace muchas décadas con esa idea de sujetar el suelo por un lado, pero tener un recurso económico por otro, se han revelado como aceleradores de los incendios una vez que la chispa ha prendido ya sea por un rayo, una negligencia humana o la voluntad de un incendiario.
Mirando los brezos que han florecido esta temporada “por primera vez después de las llamas”, el biólogo aclara que la vegetación baja “es la cobertura de un suelo muy empobrecido por las prácticas de quemas constantes, de los manejos humanos realizados aquí históricamente”. De ahí nace su demanda, a pie de sierra, de replantearse qué se desea realizar aquí.
“Yo veo las fincas de la gente que no vive aquí a diario, en qué condiciones las tienen y me digo a mi mismo: qué más da cómo las tengamos los que las gestionamos con la idea de que no sean combustible porque, al final, corremos el mismo riesgo”, comenta en cambio Ferrero.
Y prosigue: “Si tú vas de Codesal hacia el norte, hacia Puebla de Sanabria, ves que no hemos aprendido demasiado. Ni siquiera los ayuntamientos, que tendrían que haber exigido a la Junta un perímetro de seguridad en los municipios y no los hay. Solo tienes que pasearte y verlo: el monte se está metiendo en los pueblos. Las escobas y los urces tienen el tamaño de un roble”.
En las estribaciones del municipio de Villardeciervos, uno de los núcleos donde las llamas arrasaron sin piedad, puede verse una placa resplandeciente como casi recién puesta que dice: “Peligro de incendio. Zona protegida por videogilancia”. Las imágenes se captan a kilómetros de distancia en una nueva torre de 30 metros con la que uno se topa, precisamente, cuando remonta el sendero hacia Peña Mira. “Nosotros queremos que haya más prevención, porque parece que todo se arregla con contratar más bomberos y no es así”, apostilla Ferrero.
El objetivo de la videovigilancia —un contrato de 400.000 euros de la Junta de Castilla y León—, es tener controlado el oeste de Zamora con la idea de reforzar e invertir en la estrategia de extinción. No es la primera vez que se ha optado por esta fórmula, estrenada en 2013 y que, según el Gobierno autonómico, llegó a reducir un 65% los incendios forestales. Sin embargo, parece que no sirvió de mucho para afrontar los nuevos fuegos. El que abrasó la Culebra, al final, fue conducido hacia las tierras de cultivo de regadío para que allí se autoasfixiara porque no había manera de sofocarlo. Cuando las llamas se toparon con esos campos que ya no ardían se terminaron por extinguir. “Los girasoles lo apagaron”, comentaban los testigos del siniestro.
“El fuego, aunque parezca paradójico, ha abierto algunas ventanas. Yo apostaría por aprender de lo que nos han enseñado estos dos incendios: las extensiones de pino abrasado son gigantes y, al mismo tiempo, hemos comprobado cómo las manchas de robles que todavía existían en la Culebra se habían chamuscado en los bordes y se habían salvado en el centro de esas masas”, comenta Talegón.
El biólogo comprobó en los meses siguientes al incendio que “en los melojares entre Boya y Villardeciervos, los robles aminoraron la violencia del fuego mientras los pinares más o menos homogéneos se vieron muy afectados”. Por eso, pide “no volver a cometer los mismos errores del monocultivo, aunque lleve más tiempo obtener los resultados. Aunque cueste más”.
Con todo, desde los grupos locales como el que coordina Lucas Ferrero, también consideran que resultaría útil disponer de algunos recursos para poder contrarrestar el fuego nada más detectarse: “Una formación mínima y algo de medios para un primer choque cuando el riesgo es pequeño y se puede hacer mucho sobre unas llamas de 50 centímetros. La acción ciudadana tiene que contar”.
Los megaincendios son uno de los impactos y desafíos claros que la crisis climática plantea a los países del sur de Europa. Su destrucción es monstruosa. En un siniestro como el de La Culebra, la pérdida en lo que los investigadores llaman “servicios ecosistémicos” –las funciones naturales de los hábitats que favorecen a los humanos como, por ejemplo, la regulación de avenidas de agua– se cuentan por millones de euros. Un grupo de científicos de la Universidad de Salamanca calculó que en Zamora se habían perdido entre 35 y 75 millones de euros por estos conceptos.
“El cambio climático ya lo domina todo —dice el biólogo Javier Talegón—, es el nuevo factor clave porque los incendios ya van más allá de la capacidad de los recursos de extinción por lo que toca replantearse el modelo que hay en la sierra de la Culebra. Si es una reserva de la biosfera, si aglutina una serie de hábitats declarados de interés, toca replantearse la manera en la que nos relacionamos con ella”.
De salida de la sierra, al preguntar a Eduardo quién ha perdido más por los incendios, contesta quedo y de pie en su prado: “De una manera o de otra, todos hemos perdido”.
– Raúl Rejón