Eubea, el paraíso que se volvió un infierno primero por el fuego y luego por el agua
Este artículo forma parte de una serie de tres artículos extraídos del proyecto multimedia más amplio de El Diario sobre megaincendios en Europa, elaborado por Mariangela Paone, Raúl Rejón, Sofía Pérez y Raúl Sánchez. Introducción | Parte I | Parte II | Parte III
Rovies (Grecia)
La carretera que serpentea por las montañas muestra, curva tras curva, los contrastes que han hecho famosa a Eubea: las laderas cubiertas de bosques de pinares que llegan hasta bañarse en las aguas cristalinas del Egeo, mezclados a los olivos y los arbustos de las hierbas aromáticas. El verde dominante en esta primavera que se parece demasiado al verano lo rompen las colmenas de los productores de miel y las flores rosa púrpura de los algarrobos locos que puntean de vez en cuando el paisaje.
A mediodía cuando el sol cae en picado sobre las cabezas, la naturaleza se ve boyante. Es hacia el atardecer cuando los rayos oblicuos relevan contrastes más dolorosos. El gris que mancha muchas cuestas se hace entonces más evidente: son los esqueletos de árboles quemados, cientos de pinares y abetos ya muertos, algunos erigiéndose aún hacia el cielo como gigantes desplumados, muchos otros caídos y esparcidos por el terreno como palitos de un enorme Mikado. Son las heridas que Eubea conserva del incendio que durante días, en el verano de 2021, arrasó el norte de la isla, sumiendo a la población local en una angustia que dos años después aún no se ha borrado.
«Teníamos un paraíso que se convirtió en un infierno. Se quemaron los bosques, perdimos los olivos, los animales y, con ellos, una parte de nuestra alma», dice Dimitris Alexiou, un profesor de física jubilado, mientras saborea un cappuccino, en una terraza de la principal plaza de Rovies, uno de los pueblos más golpeados por el incendio. Hay días en los que aún le parece percibir el olor a quemado que persistió en el aire durante meses en las zonas más afectadas de esta isla, la segunda de Grecia por dimensiones, en la que el fuego quemó 52.000 hectáreas, en uno de los incendios más destructivos de los últimos años en Europa.
«Las llamas rodeaban las casas. Un pequeño fuego se convirtió en un incendio enorme, que en tres horas se volvió incontrolable porque, en estos casos, o estás allí inmediatamente o es imposible pararlo. Cuando el fuego empezó, a principios de agosto, no mandaron inmediatamente aviones porque estaban ocupados en otras operaciones cerca de Atenas y en la antigua Olimpia. Sacrificaron esta parte de Eubea para salvar Varibobi», comenta Alexiou, en referencia al suburbio verde a 20 kilómetros de Atenas que también se vio envuelto en llamas en aquellos días.
Es una consideración compartida entre los vecinos. «Cuando los aviones llegaron, ya era demasiado tarde», subraya el profesor. A sus espaldas, detrás de las últimas casas, se erige el monte que, dice, ha cambiado cara. El verde que luce es por la vegetación nueva que creció tras el incendio y que engaña al visitante que no tiene memoria de los pinares y los abetos que cubrían sus laderas.»Todos los problemas crónicos del estado griego se manifestaron a la vez», dice Alexiou, marcando la palabra griega ἐπῐφᾰ́νειᾰ, epifanía. «Vimos miedo y falta de preparación. Y que el principal objetivo de las autoridades era evacuar a todo el mundo». En las decisiones del Gobierno conservador de Kyriakos Mitsotakis pesaba el recuerdo de lo que había ocurrido con el incendio de 2018 en Mati, en la región de Ática, un desastre en el que murieron 102 personas y que supuso un durísimo golpe para el Ejecutivo entonces liderado por Syriza.
«Por eso, los servicios de emergencia estaban centrados en la evacuación», confirma Theodoros Keris, que atiende a elDiario.es en una pausa mientras trabaja a pie de obra en el último encargo que ha tenido para su pequeña empresa de construcción. Es el presidente de la comunidad de Rovies, que engloba el pueblo y las aldeas cercanas, y como tal en aquellos días de agosto de 2021 se convirtió en el coordinador de la protección civil de la zona.
La figura de Keris, un hombre de constitución fuerte y de mirada firme, parece encogerse cuando, sentado de espaldas al mar, empieza a recordar lo que el pueblo vivió. «Era como una zona de guerra. Al cuarto día sin dormir cerré los ojos unos minutos. Luego salí hacia el mar con mi todoterreno, lo paré cerca de la orilla y me sumergí en el agua después de haberme atado con una cuerda al vehículo, porque así si me dormía no se me llevaría la corriente», cuenta Keris, mientras su mirada se pierde como si, durante unos instantes, volviera a revivir la angustia que sintió.
«No había ningún plan para detener el fuego. ¿Por qué? Porque no sabían cómo apagar el fuego en bosques, sólo sabían actuar en zonas urbanas. No había helicópteros, ni aviones… No dormí durante días, tratando de salvar lo que podíamos», dice. Como muchos otros aquí, señala a 1998 como el origen de lo que ocurrió en 2021 en Eubea y también –en dimensiones aún peores– en 2023 en Evros, en el norte de Grecia. Ese año se produjo un cambio de atribuciones en la gestión de los incendios en las zonas boscosas del servicio forestal al cuerpo de bomberos.
«Fue un error estratégico del Estado griego. Hasta aquel momento los bomberos eran un cuerpo de intervención en zonas urbanas. En 1998, hubo de un día para otro un cambio sin preparación, ni entrenamiento. 26 años después los bomberos te dicen que aún siguen aprendiendo, porque tienen limitaciones en cuanto a entrenamiento y equipamiento y, sobre todo, no conocen el territorio en el que van a actuar. Y esto, y lo digo también como voluntario de protección civil, es lo que determina el 90% del éxito en los incendios», dice Elias Tziritis, Coordinador de Acciones contra Incendios Forestales de WWF Grecia.
Fue un cambio que desequilibró aún más la balanza de los recursos, en un contexto en el que según Tziritis la intervención estatal se basa en gran medida en una filosofía de supresión más que de prevención. Según un informe publicado por la organización en 2022, resultado de una investigación inédita sobre la gestión y la asignación de fondos, en el periodo 2016-2020, casi el 84% de los recursos iba destinado a la supresión de los incendios y solo el 16% a la prevención.
«Durante los últimos 20 años, desde el comienzo de los años 2000 hasta ahora, el servicio forestal ha sufrido una gran escasez de fondos para hacer prevención, con recortes de hasta un 50%. Después de la publicación de nuestro informe, por primera vez en 25 años, el Gobierno anunció un plan, el proyecto Antinero, para la gestión del combustible forestal con un sustancial aumento de fondos. Sin embargo, no son suficientes. Si hace dos años era 16/84 ahora la proporción es 20/80. Hay que llegar al menos a una proporción de 40/60, es decir aumentar mucho más la inversión en prevención, que es la estrategia que ha adoptado Portugal después de los incendios de 2017», subraya Tziritis.
Desde el Ministerio de Crisis Climática y Protección Civil de Grecia, de reciente creación, en respuesta a preguntas de elDiario.es informan de que se ha empezado un entrenamiento conjunto del servicio forestal y del cuerpo de bomberos en la región de Ática, en zonas identificadas como más vulnerables, en colaboración con la compañía de servicios públicos de electricidad y el operador nacional de distribución de electricidad. «El Gobierno griego está trabajando de forma coordinada y metódica en la estrategia ‘prevención, preparación, disposición, intervención inmediata», ha declarado el Ministro Vassilis Kikilias, quien ha apelado a la ciudadanía para una conciencia y esfuerzo colectivo ante una temporada que se anuncia difícil. Entre las acciones decididas tras los eventos extremos de los últimos años, está la creación de una base de datos nacional de riesgo y la aprobación de un programa para reforzar y modernizar las dotaciones de la Protección civil, aunque los nuevos equipos no llegarán hasta 2025. También se ha completado el entrenamiento de 650 nuevos bomberos para 10 nuevas Unidades Especiales de Operaciones Forestales que se añaden a las seis ya existentes.
Otra de las conclusiones del informe de WWF subrayaba las lagunas en materia de transparencia y rendición de cuentas, y de participación de los ciudadanos en el proceso de planificación de la identificación de necesidades o en los procedimientos de toma de decisiones.
Es precisamente una de las razones por las que Dimitris Alexiou junto a otros 40 ciudadanos de las localidades de Eubea afectadas por el fuego, como Rovies y Limni, han creado una asociación, que han llamado EGEAS, para reclamar que se involucre más a la población local en la planificación de la gestión medioambiental y de los fondos para las intervenciones decididas por el Gobierno después de los incendios de 2021 y también de lo que vino después. Porque en Eubea después del fuego, la destrucción llegó por el agua.
La isla sufrió los efectos devastadores de las tormentas Daniel y Elias, que se produjeron en septiembre de 2023 separadas por un puñado de días. Al menos 17 personas murieron en todo el país y en algunos lugares en un solo día llovió en un día todo lo que suele hacer en un año. «Grecia se enfrenta a una guerra en tiempos de paz», dijo entonces Mitsotakis. «La crisis climática está aquí y nos obliga a verlo todo de otra manera».
«Después de las inundaciones, a mí lo que me da miedo no es el fuego, sino el agua. Lo que pasó en septiembre fue una consecuencia de los incendios. Es una herencia pesada que dejaron. Y puede volver a pasar», dice Vangelis Triantafillou mientras repasa los vídeos que grabó con su móvil aquellas semanas en las que el agua y el barro inundaron las calles de Gouves. Este pueblo –cuyo nombre, explica Triantafillou, significa «cuenca», porque se erige en un pequeño valle rodeado por montes– había copado las portadas de medio mundo dos años antes con las imágenes del fuego que rodeaba las casas, y la foto icónica firmada por el periodista Konstantinos Tsakalidis de una mujer que se desesperaba frente a su casa, elegida por la revista Time como una de las fotos del año.
Triantafillou, que es presidente de la comunidad local de Gouves (330 vecinos y otros 30 de la pequeña aldea cercana de Kastrí), recuerda cuando recibió la llamada de los servicios de emergencia con la primera orden de evacuación. “Fue uno de los peores días de mi vida, si lo pienso ahora aún me viene la piel de gallina. No esperábamos que el fuego llegara tan rápido. Había que informar a la gente, tocar las campanas de la iglesia del pueblo para que todo el mundo supiera lo que estaba pasando”, dice sentado en el porche de la taverna que su familia abrió hace treinta años en la que había sido la casa de sus bisabuelos. Sus fotos cuelgan en una pared junto a otros retratos de la saga familiar y a estampas de un mundo rural que durante siglos ha vivido de la riqueza del monte: la miel, la madera, los olivos, la resina de los árboles.
“Yo entendía la orden de evacuación hasta cierto punto. Me parecía bien evacuar a las personas mayores, vulnerables, a los niños. ¿Pero el resto? El resto, hábil para trabajar y ayudar, teníamos que quedarnos porque conocíamos el territorio y sabíamos cómo lidiar mejor con los fuegos”, dice. Fue lo que él y muchos otros hicieron. “Nos quedamos y trabajamos todos a una, como un puño, y usamos todos los medios a nuestro alcance para tratar de apagar el fuego. Nos autorganizamos”. Fue eso, asegura, lo que les permitió que ninguna de las casas del pueblo se quemara, como sí ocurrió en otras localidades de la isla.
Cuando a Triantafillou se le pregunta si cree que en estos dos años algo ha cambiado, primero se encoge en hombros y cabecea. Luego, añade que ha habido un poco de limpieza del monte, para la que los servicios forestales han contratado a gente que antes de que los incendios trabajan con la resina de los árboles. “Pero no hay planes, es solo que nosotros ya tenemos un máster en incendios. No esperamos nada ni que nadie haga algo. Si vuelve a pasar, estaremos aquí para defender nuestras casas”.
El miedo al fuego lo han perdido, pero queda el miedo al agua. Aquí y en otros puntos de la isla, después de los incendios de 2021, se planeó la construcción de barreras de hormigón para contener los detritos y encauzar el agua en caso de fuertes lluvias. “Los proyectos no llegaron a tiempo para parar las inundaciones. Ahora han acelerado las obras. Es correr detrás de los eventos, algo muy típico aquí, es cómo funciona la mentalidad de las autoridades”, dice Triantafillou. Ahora, en las montañas, junto a los desprendimientos de tierra que se ven como heridas abiertas, han aparecido estas construcciones que no todos ven con buenos ojos.
«En lo que respecta a la adaptación al cambio climático, estamos viendo que tenemos proyectos de lo que llamamos infraestructura gris. Hablamos de proyectos cuyo objetivo es reducir el impacto de, por ejemplo, una inundación. Pero lo estamos haciendo de una manera que hoy en día se considera anticuada. No hacemos hincapié en las soluciones basadas en la naturaleza. Por ejemplo, en lugar de reforzar los estuarios de un río, la desembocadura o las riberas, construimos infraestructuras grises con cemento para regular el caudal del río», apunta Kostis Grimanis, jefe de campaña de Clima y Energía de Greenpeace Grecia. Después de los incendios la organización realizó decenas de entrevistas con los vecinos para entender cómo su vida había cambiado después de los incendios. Algunos han perdido sus trabajos, otros recibieron una ayuda que no es suficiente. Pero lo que todos decían era que deseaban que se trabajara en la regeneración de la foresta, para que sus hijos pudieran vivir de las mismas actividades que se han desarrollado en Eubea durante décadas.
Y sin embargo Grimanis es pesimista: «En toda honestidad, no estoy nada seguro de que no volvamos a ver los mismos incendios también en 2024».
El meteorólogo Kostas Lagouvardos, director de Investigación del Observatorio Nacional de Atenas, también alerta sobre lo que pueda pasar en el futuro próximo, recordando que los fuegos de 2021 y de 2023 fueron también el resultado de olas de calor prolongadas. «Sabemos que en el futuro serán más frecuentes y largas», explica. «Pero antes de mirar a las previsiones para los próximos años, debemos mirar lo que ha ocurrido en los últimos 30: la temperatura ha aumentado de 1,5 grados, y en algunas partes del norte de Grecia, hasta de dos. Es una gran diferencia en un corto plazo de tiempo. Y no es un escenario, es la situación real», dice el experto, que añade: «Pero no tengo la sensación de que en Grecia o en España o Portugal los políticos estén realmente preocupados. Digo realmente, no en palabras».
Hechos son los que piden también los vecinos de Eubea, después de dos años y medio en los que vivieron los peores incendios y las peores inundaciones. Alexiou lo tiene claro: “Teníamos un paraíso que se convirtió en un infierno. La lógica dice que deberíamos estar mejor preparados, también ante las inundaciones. No nos podemos permitir volver a pasar por lo mismo, no podemos permitirnos nuevos incendios”.
– Mariangela Paone